lunes, 1 de agosto de 2011

Bolivia: Disminuyen áreas de cultivo en el país

Guido Pizarroso Durán

En los últimos días se han difundido informaciones preocupantes que tienen que ver con el futuro del país y la seguridad alimentaria. Se trata de la disminución de las áreas de cultivo y el traslado de empresas nacionales hacia los países vecinos. El Gobierno reconoció que la superficie de cultivos de alimentos a nivel nacional en el año agrícola 2009-2010 se redujo de 2,91 millones de hectáreas a 2,81 millones, es decir, hubo una disminución de 99 mil has., en lugar de crecer que es lo que necesita el país.

Por otra parte, varias empresas dedicadas a la producción, entre ellas de textiles, madera y cuero, se están trasladando a Perú y Chile, para aprovechar los incentivos que ofrecen a las inversiones, y para acogerse a las ventajas arancelarias en los mercados de Europa y Estados Unidos. Recordemos que Bolivia perdió los beneficios arancelarios que brindaba EE.UU., mediante el ATPDEA, mientras Chile y Perú mantienen esas ventajas, además de otras que se ampliaron por los tratados de libre comercio.

Uno de los problemas principales que se está acentuando en el país es el alza de precios, especialmente en los productos alimenticios, primero por la disminución de la producción, segundo porque las inversiones se van en lugar de aumentar en el país, y luego porque para evitar la escasez se importan productos a precios internacionales. Este triple efecto está llevando al país hacia la inseguridad alimentaria, y pese a que ya existe una clara percepción del problema, los esfuerzos que está haciendo el gobierno son insuficientes, o ha equivocado el camino. Paliar la escasez con importaciones solo contribuye a la fuga de divisas, desalienta a los productores y genera especulación y alza en los precios.

Las permanentes amenazas contra el capital y las inversiones; la inseguridad jurídica y los atentados contra la propiedad de la tierra y contra la propiedad privada en general, son factores que están descapitalizando al país, alejando las inversiones y la iniciativa privada y desalentando la producción, en momentos en que el mundo entero está volcando sus esfuerzos a la producción de alimentos, precisamente por los crecientes temores de una crisis alimenticia.

Lo que ocurre en el Cuerno de África, donde la gente sufre una crisis pavorosa de escasez y subida de precios de los alimentos, debería mover a que las autoridades nacionales cambien radicalmente su forma de ver el capital y las inversiones, y comprender que la escasez tiene varios orígenes, y algunas tienen que ver con una mala distribución, desaprovechamiento de las tecnologías y deficientes políticas de producción.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el mundo produce alimentos para 12 mil millones de personas, cuando el planeta tiene solamente cerca de 7 mil millones de comensales. Sin embargo la comida no alcanza para todos, debido a una mala distribución y el desperdicio en el que incurren algunos países, mientras otros padecen hambre. Sequías, inundaciones y conflictos bélicos contribuyen a agudizar una situación de extrema vulnerabilidad alimentaria. Lo evidente es que las causas del hambre son políticas y se radican en dos extremos ideológicos: los que se muestran enemigos de las inversiones y los que ven en los alimentos solamente un negocio. Control de la tierra, agua, semillas, fertilizantes, maquinaria agrícola y tecnología son los factores que distorsionan la producción. Para uno de los extremos el control de la tierra es un factor político, que no produce ni deja producir. Para el otro extremo los alimentos se han convertido en una mercancía.

La crisis global que se inició el año 2008, hizo que los capitales que se movían en las burbujas financieras, se dirigieran hacia otros rubros con más futuro. Uno de los sectores al que fluyeron los capitales especulativos ha sido la producción de alimentos. Se estima que un 75% de la inversión financiera en el sector agrícola es de carácter especulativo.

Nuestro país tiene que modificar su visión sobre la producción, fomentando la agroindustria, apoyándose en el sector privado como generador de iniciativa y riqueza, y ayudando a su vez a los campesinos a ingresar, individual o colectivamente, en la producción de economía de escala. De mantenerse el ritmo de desaliento, los riesgos son cada vez más próximos para la inseguridad alimentaria.



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